Un puente como pretexto.


















La naturalidad con que el matancero transita por sus puentes, tiene diversos matices: para la media, es solo un accidente geográfico vencido que ha estado en servicio por años y siglos; pero para otros, capaces de interpretar su poesía y hasta su secreto embrujo, es sin lugar a dudas, una obra humana tendida con inteligencia, estilo y ansias de perfección, para sobre todo, trascender a sus creadores.
Por tanto, no es casual que en una ciudad como la de Matanzas que cuenta 27 puentes, de ellos cuatro centenarios asociados a la urbe, se piense, incluso, en dedicarle un día a esta creación ingeniera capaz de satisfacer a los más despreocupados, desgranar poesía entre los más sensibles y hasta despertar las más enconadas controversias entre los conocedores del tema.
Que el próximo sábado 26 de septiembre, cumpla el puente de Bacunayagua, su medio siglo de vida como útil enlace entre la ciudad de Matanzas y la capital de la nación, es el pretexto ideal para proponer, sin que medien inútiles disquisiciones sobre su pertenencia o no a la urbe yumurina, esa memorable fecha como la ideal para la recordación de los puentes.
Y tendría que se así porque es el más natural comportamiento para los nacidos entre ríos.
Corría el año de 1956, cuando se decide poner en manos de la empresa SACMAG la desafiante obra que significaba en la figura del ingeniero Luís Sáenz Duplace, en calidad de jefe, enlazar los extremos de un gran vacío natural de más de 320 metros de largo y no menos de 110 de profundidad.
Previsoramente, fueron escogidos los mejores expertos de los que, por cierto, se les esperaba, pusieran en el empeño lo más novedoso de la ciencia.
Los resultados fueron en extremo complacientes, por tratarse del puente más elevado de la nación.
Entre sus principales primicias, para la época, se pueden enumerar la utilización del hormigón armado y el acero laminado, para conformar 11 luces de más de 28 metros, cuatro de ellas dentro de un semiarco del sistema Melan que se construyó con acero laminado y se armó en dos partes, girando cada una hasta lograr la posición correcta, sin soslayar las decenas de vigas de 47 toneladas para conformar el paso.
Lo interesante, y cosa que dejamos a los historiadores es que no fue inaugurado oficialmente por las autoridades, cosa muy común que ocurriera en la urbe yumurina en medio de bombos y platillos y promesas de políticos de dudosa transparencia.
Pero, el 26 de septiembre de 1959, antes del mediodía, Fidel Castro y un grupo de dirigentes de la naciente revolución, recorrieron a pie los 313.5 metros de su imponente paso y conversaron con los constructores, para de esa forma tan natural, quedara consagrada la obra que a la vuelta del tiempo mereciese un lugar destacado entre las siete maravillas de la ingeniería civil cubana y el pretexto para que los matanceros recuerden ese momento como el innegable DIA de los Puentes.

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