Matanzas: embrujo y primicias.



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El sol bañó a las 6 y 37 minutos del domingo 12 de octubre de 1696 un excepcional paraje del norte de la geografía cubana: era el día indicado, por mandato real, para la fundación de la ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas con la singularidad de ser una localidad creada a la inversa de muchas ciudades.

Su trazado y pobladores -30 familias canarias- fueron escogidos con anterioridad, para luego de la misa fundacional, construir lo que sería una urbe de inusitado concepto moderno.

El diseño de sus tres arterias principales se amolda a la ruta solar, de tal forma que es posible alinear una calle en toda su longitud en relación con la posición del astro rey.

Sea, pues, una intensión marcada, o fruto de la casualidad, lo cierto es que Matanzas en su diseño se adelantó en no menos de 300 años al concepto revolucionario de organizar y planear ciudades, tomando como motivo la orientación solar.


Matanzas antes de su fundación

En el distante 1510, la bahía de Guanima fue testigo de una de las acciones que a la postre significaría la pérdida de su nombre aborigen.

Tribus araucanas, encabezadas por el cacique Guayucayex, utilizaron la astucia para proteger su territorio de la presencia española, mayoría en armamento y conocedora del arte de la guerra: el resultado fue que cuatro, de los seis invasores, descansaron bajo el sudario de las aguas de la bahía.

En 1628, y ante la mirada atónita de los muy pocos aborígenes que podrían haber sobrevivido a la conquista, ocurre la captura de la Flota de la Plata por el Almirante holandés Piet Hynd, en cierta medida, quizás el principal detonante para que la corona española, que vio perder una inmensa fortuna, acelerara la fundación de una ciudad.

Ya, con anterioridad, en 1526, aparece la primera carta marina que, de la autoría de Juan Vespucio, sobrino del cosmógrafo Américo Vespucio, describe el accidente geográfico como la bahía de la Matanzas.

Matanzas, post fundación

A lo largo de la historia, Matanzas fue cuna de pensamientos y acciones, al acto de rebeldía original, se sumarían las primeras y más intensas sublevaciones esclavas; aquí se bordaría la bandera de la Patria, aquí, en la secreta complicidad de la alcoba, se diseñó el escudo de la nación.

Como expresaría el doctor Ercilio Vento, Historiador de la ciudad, "En ningún lugar de Cuba se ejecutaron tantos hombres, prestos a morir con dignidad antes que vivir en la opresión colonial. La huella de dolor de los miles de reconcentrados por Weyler todavía está impresa en los portales del Palacio Junco".

En materia de primicias, Matanzas exhibe con orgullo, la segunda estatua que se levantara a la memoria de José Martí, pero con la condición de que es la que mayor parecido tiene al Héroe Nacional.

La Atenas de Cuba, también muestra en la inscripción en mármol de uno de sus monumentos de inicios del siglo XX la consigna de "Patria o Muerte". Matanzas es, como consecuencia innegable del mayor asentamiento de esclavos traídos de África, una tierra de consagración, tierra sagrada, cuna de tradiciones ante que la comarca de sus castigos, reino divino y la cuna del tambor, la cazuela de sus metales, el gobierno de Sarabanda, Wolowó, Atá Ayá o Ile Tun Tun.



Para otros fue la Nápoles de América, la Tiro de Occidente, la Venecia entre ríos, más definitivamente; sus hombres de letras la consagraron como la Atenas de Cuba.

Y no Atenas por un fortuito arranque de pasión que sus intelectuales de la época le consagrara el nombre hace 149 años, sino por merecimiento propio, pleno, por el derecho ganado a golpe de pluma y pecho descubierto.

Cuna, la ciudad yumurina, de 24 puentes, entre ellos el más alto de la nación, atravesada por tres ríos fluyentes y otro fantasma: el Sabicú, que reaflora cuando ocurren inundaciones, y de otras exclusividades que ha construido con su historia de hombres y mujeres, como ser cuna del Danzón, el baile nacional; o escenario del primer juego de béisbol y atesorar su sitio con idénticas funciones; lo innegable es que el matancero, desde que comenzó a nacer y crecer como tal, bajo el embrujo de ese ambiente marino, de tonalidades azules y verdes, viene al mundo con innegables marcas de agua.

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